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Parecería que con la reconocida ausencia y parcialización de los denominados críticos literarios dominicanos y su incursión en la creación, con resultados pocos exitosos, nos vemos obligados a hacer una relectura de la poesía dominicana contemporánea, que debería ser asumida por todos, con el propósito de aproximamos lo más posible a un escalafón de aportes, que a mi juicio está claramente trastocado, y lo cual afecta el aporte que desde el ámbito literario se puede hacer a las nuevas generaciones, y al sistema educativo nacional, tan necesitado de una presencia permanente de la creación literaria que estimule los procesos formativos.
Si sólo se valorara la poesía por la temática política, religiosa, amorosa, sin tomar en cuenta las búsquedas permanentes que hacen de esta el más revolucionario de los lenguajes posibles, la solución fuera fácil. Lo que sucede es que a San Juan de la Cruz, por ejemplo, no se le puede medir desde la óptica de la religión ni de los planteamientos dogmáticos de la iglesia de su tiempo, que no permitieron la difusión de su obra, para ellos casi una ofensa a la tradición religiosa, lo que costó a este autor fundamental de cualquier lengua la prisión y la discriminación.
Sor Juana Inés es otro caso del que sabemos bastante, gracias al célebre libro de Octavio Paz, Sobre las trampas de la fe. En el plano político recordaríamos las obras quemadas por la dictadura de Pinochet, para tratar de desaparecer la obra del inmenso Neruda. El poeta turco Nazim Hikmet, revolucionario de la poesía de su lengua, solo podía ser visto desde el poder como un poeta comunista. En fin, sabemos que la poesía cuando es verdaderamente auténtica es siempre subversiva, pero no la subversión de la que nosotros creímos estaba hecho nuestro canto contestatario, sino de una mayor, que no conoce de credos religiosos, de partidos políticos, ni de amores. Lo valioso es la palabra justa, lo adecuado a ese proceso creador, cuyos resultados están por encima de cualquier aspecto extraliterario.
El problema es mucho más serio, pero antes de entrar en lo Comido por lo bebido, me gustaría recordar lo que sucedió a Charles Baudelaire con Las flores del mal, veamos: Desde la publicación de los 18 poemas en la Revue des Deux Mondes, el 1 de junio de 1855, Baudelaire había podido comprobar que su obra despertaba una serie de reacciones inquietantes.

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