martes, 25 de septiembre de 2012

DISCURSO DEL PRESIDENTE DE REPÚBLICA DOMINICANA ANTE EL PLENARIO DE LA 67 ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS



Nueva York, 25 de septiembre, 2012


Excelentísimo Señor Vuk Jeremic,  
Presidente del Sexagésimo Séptimo Período de Sesiones de la Asamblea General; 
Excelentísimo Señor Ban Ki-Moon,  
Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas; 
Excelentísimos Señores y señoras Jefes de Estado y de Gobierno; 
Excelentísimos Señores Embajadores; 
Señores Ministros y demás Jefes de Delegaciones; 

Damas y Caballeros: 

Expresamos nuestra cálida felicitación al señor Vuk Jeremic, por su elección como Presidente 
del Sexagésimo Séptimo Período de Sesiones de la Asamblea General.   

Asimismo, expresamos nuestro regocijo porque el debate general, en esta oportunidad esté 
dedicado a considerar la “promoción del crecimiento económico sostenido y del desarrollo 
sostenible de conformidad con las resoluciones pertinentes de la Asamblea General y las 
recientes conferencias de las Naciones Unidas”.  

Desde que adoptamos la Declaración los Objetivos y Metas de Desarrollo del Milenio, la 
imagen del desarrollo ha quedado vinculada a la reducción de la pobreza, y al desarrollo de 
capacidades y oportunidades para las poblaciones vulnerables.  

La mayoría de nuestros países en desarrollo han logrado avances significativos, hasta que en 
el 2007 se inició la crisis financiera que afecta la economía mundial y amenaza  con neutralizar 
los logros alcanzados.  

Vivimos una época de crisis simultáneas. La crisis ecológica amenaza la mayoría de las plantas y animales, el calentamiento atmosférico amenaza las poblaciones costeras  y  países ubicados en pequeñas islas.  

El crecimiento desordenado de las poblaciones amenaza superar la capacidad de renovación 
de nuestra naturaleza.  

Asistimos a una crisis de los valores que tradicionalmente han ordenado el comportamiento de 
la humanidad.  

La guerra y los conflictos armados amenazan el derecho a la diversidad cultural, ideológica y 
política, y a vivir en paz y con solidaridad.  

Nosotros, los países en vías de desarrollo, no ocasionamos la crisis financiera mundial.  
Esta crisis fue provocada por la falta de aplicación de regulaciones efectivas  en el sistema 
financiero internacional, así como  por  la arrogancia, la codicia y el afán desenfrenado de 
acumulación de riquezas. 

En el contexto de esta crisis han resurgido viejos debates  sobre la mejor forma de afrontarla.  
Si reduciendo la inversión y la protección social de las poblaciones, o por el contrario, 
reforzándola, convirtiendo las políticas anti cíclicas de inversión social, en la palanca para 
reanimar las economías, y también acerca de cómo medir la pobreza y el desarrollo y conocer 
el impacto social de las medidas adoptadas.  

Si por el nivel promedio de ingresos o por la disminución de las desigualdades sociales y 
mejoramiento de la calidad de vida. 

Los países  del Tercer Mundo cuyas economías han tenido un mejor desempeño y mostrado 
menor vulnerabilidad en este contexto de crisis mundial, han sido aquellos que comprendieron 
oportunamente que invertir en la formación de capital humano, en el mejoramiento de la calidad de vida de sus poblaciones, es el mejor camino para reducir dicha vulnerabilidad y mantener el crecimiento económico.  

Sr. Presidente,  

La economía ha de estar al servicio de las personas, no al revés.  
En este debate sobre el desarrollo, debemos reafirmar que como poblaciones y como 
gobernantes hemos aprendido, por vía de la experiencia muchas veces dolorosa, que la 
equidad y la sostenibilidad constituyen requisitos esenciales para asegurar un crecimiento 
económico  sostenido y sostenible.  

Hoy sabemos que no basta el crecimiento económico para reducir las inequidades sociales y 
mejorar la calidad de vida de las poblaciones, ni es correcto sacrificar nuestras poblaciones con la esperanza de que un crecimiento de la economía derramará eventualmente  sus beneficios sobre todos, y reducirá las desigualdades sociales, expectativa que generalmente no se ha cumplido. 
   
Por el contrario, la experiencia demuestra que mejorando la calidad de vida y reduciendo la 
pobreza y la exclusión social se puede estimular un crecimiento económico sano. 
  
En un contexto de crisis e incertidumbre internacional, necesitamos reducir las desigualdades 
sociales nacionales e internacionales, incrementando además la cohesión social y fortaleciendo la gobernabilidad democrática.  

También conocemos que el crecimiento económico que no considera los límites de la 
naturaleza  y las necesidades de las próximas generaciones, conlleva el riesgo de un inminente colapso.  

Necesitamos una revisión de las ideas sobre el desarrollo que han predominado en el sistema 
financiero internacional.  

Equidad y sostenibilidad son dos caras de una misma moneda con la que debemos abonar al 
desarrollo humano. 

Esta visión coincide con las declaraciones internacionales sobre desarrollo sostenible, como las de Estocolmo (1972), Río de Janeiro (1992) y Johannesburgo (2002), que promueven los tres pilares del desarrollo sostenible: equidad ambiental, equidad económica y equidad social.  

Desarrollo implica proteger los sistemas ambientales, elevar la capacidad productiva de bienes 
y servicios, y reducir las desigualdades sociales elevando la calidad de vida de todos y todas, 
multiplicando las capacidades y oportunidades. 

Señor Presidente,  

Hoy somos más de 7,000 millones de personas las que habitamos el planeta.  
El  43%, es decir unos 3,000  millones, son menores de 25 años.  

Demandamos invertir para que nuestra juventud tenga las capacidades y las oportunidades 
para afrontar con creatividad  las tareas y desafíos que caracterizan nuestras sociedades. 

Durante muchos años, el desarrollo de los países ha sido evaluado por entidades financieras 
internacionales, utilizando como indicador  alguna medida de la renta o de la producción 
nacional expresada en términos per cápita, con el que se identificaba el estado de bienestar 
material.  

Nuestro país, la República Dominicana, con base en este tipo de mediciones, ha sido 
clasificado en los últimos años, como de ingreso Medio Alto.   

Sin embargo, más de la tercera parte de nuestra ciudadanía se mantiene en condiciones de 
pobreza. Entonces, ¿cómo excluir a países como los nuestros de la ayuda al desarrollo? 
Igualmente, para fines de comparación internacional, la pobreza ha sido medida con base al 
ingreso, considerando pobres aquellas familias que viven con menos de 2 dólares americanos 
diarios, y en extrema pobreza, con menos de 1.25 dólares por día, en ambos casos ajustados 
según el poder adquisitivo.  

De acuerdo con estos criterios, se concluye que a nivel mundial unos 2,036 millones de 
personas son pobres, o sea, el 33% de la humanidad, y que la pobreza extrema habría 
descendido en al año 2005 a 1,400 millones de personas. Estas mismas mediciones proyectan 
que para el año 2015 solo 883 millones vivirán en pobreza extrema. 

El optimismo de estas mediciones internacionales no parece coincidir con la percepción de 
muchos de nuestros conciudadanos, quienes sienten que el crecimiento del Producto Interno 
Bruto no expresa sus carencias y desesperanzas.  

Ni con  el malestar de la juventud que aun habiendo elevado su nivel educativo no consigue un puesto de trabajo digno, ni oportunidades para impulsar sus ideas de negocios.  
Esta discrepancia entre el optimismo de algunas mediciones internacionales y el malestar de 
nuestras calles, se puede entender por el uso de indicadores inadecuados para medir pobreza, desarrollo y bienestar.  

Al menos en la  República Dominicana,  resulta difícil admitir que la calidad de vida y las 
oportunidades de mejorarla, de una persona con ingresos de 2 dólares diarios, o incluso con 
tres o cuatro dólares, difiera considerablemente de otra cuyo ingreso sea unos centavos 
menos. 

La pobreza en una familia y en una comunidad es mucho más que la falta de ingresos con 
respecto a un umbral predeterminado, al igual que el desarrollo de un país, es mucho más que 
la magnitud de sus ingresos promedio. 

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) informó en 2010 que 81 millones de los 620 
millones de jóvenes de 15 a 24 años de edad de todo el mundo, económicamente activos, 
equivalente al 13% de ese grupo de edades, estaban desempleados el año anterior, debido 
mayormente a la crisis financiera y económica mundial.  

Entre 2007 y 2009, la tasa mundial de desempleo de los jóvenes experimentó el mayor 
aumento jamás registrado: desde 11,9% hasta 13,0%.  
Las mujeres jóvenes han tenido más dificultades que los jóvenes varones para encontrar 
trabajo. 

Los resultados, en términos de salud, educación, mortalidad materna e infantil,  muestran las 
limitaciones de este enfoque unilateral y extremadamente optimista, sobre la pobreza y el 
desarrollo. 

No en vano algunos académicos han considerado que “estamos especulando con el destino de nuestro planeta mediante “juegos” en los que  pocos agentes privados cosechan los beneficios y la sociedad paga las consecuencias. Un sistema que permite resultados como este, está destinado a administrar de manera incorrecta los riesgos”. 

Las inversiones sociales en la educación, la salud y el empleo de los jóvenes pueden 
fundamentar una fuerte base económica, a fin de contrarrestar la transmisión de la pobreza de 
una generación a otra.  

Al fortalecer las capacidades de los jóvenes se crean las condiciones para que obtengan 
mayores ingresos durante su lapso de actividad económica. 
La manera como entendemos y medimos la pobreza se traduce en decisiones sobre políticas 
nacionales e internacionales.   

Asumir que la pobreza y el subdesarrollo son expresión tan solo de ingresos familiares o  
promedios nacionales, ha conllevado a políticas sociales  limitadas a  la asignación o 
transferencia de recursos, para elevar temporalmente los ingresos de las familias 
empobrecidas por encima de  la así llamada “línea de pobreza”, sacrificándose las 
posibilidades de desarrollar sistemas de servicios públicos más efectivos y con calidad, de 
carácter universal, que alcancen, como derecho, a quienes han sido tradicionalmente 
excluidos.  

Ya Adam Smith, padre del liberalismo económico, en su definición de pobreza incluía aspectos 
sociales y culturales como  “la capacidad de estar en público sin sentirse avergonzado”.  
Más recientemente el premio Nóbel en economía Amartya Sen nos habla del Desarrollo como 
Libertad. En este sentido ampliar nuestro concepto de pobreza incorporando dimensiones 
participativas, de inclusión social, y de necesidades básicas insatisfechas, nos permitirá 
desarrollar respuestas más integrales y efectivas.    

La pobreza es un fenómeno multidimensional,  un sistema  complejo de problemas que 
requiere un enfoque sistémico de soluciones que conduzcan a ampliar las capacidades, la 
libertad y las oportunidades, a quienes han sido tradicionalmente excluidos. 

Las inversiones en el desarrollo de sistemas de educación y de salud con calidad universales, 
la protección social universal, el acceso a puestos de trabajo y a ambientes residenciales 
dignos, la seguridad personal y de los bienes, entre otras, constituyen  elementos esenciales 
para ampliar las capacidades y oportunidades de las poblaciones empobrecidas. 
  
Reducir la pobreza es la palanca básica para impulsar el crecimiento de la producción de 
bienes y servicios y desatar dinámicas espirales de crecimiento y desarrollo. 
Medir el desarrollo de los países exclusivamente con base en  la renta nacional per cápita, 
conduce a decisiones que impactan de manera negativa en  nuestros esfuerzos de desarrollo.  

Cuando un  país  es clasificado según estos criterios simples, se reducen los aportes de la 
cooperación internacional, y se tienden a dificultar o encarecer el acceso a  préstamos en la 
banca internacional. 

Como países en desarrollo también necesitamos asumir nuestra cuota de responsabilidad.  
A nivel interno debemos mejorar nuestros sistemas de información, de manera que demos 
mejor cuenta de las inequidades sociales, territoriales y de género, así como del impacto sobre 
la naturaleza. 

Igualmente, debemos reorientar nuestros patrones de inversión y nuestras políticas públicas 
para promover la equidad y la inclusión social de los grupos más vulnerables.  

Para lograrlo necesitamos del concurso de la comunidad internacional. No puede ser que un 
país deje de recibir ayuda para el desarrollo, solo porque el promedio de la renta nacional ha 
superado cierto umbral arbitrariamente definido.  

En América Latina existe una larga  experiencia en la búsqueda de mediciones de la pobreza y 
el desarrollo, de carácter multidimensional. 
Desde mediados del pasado siglo, la CEPAL  desarrolló una metodología basada en 
Necesidades Básicas Insatisfechas.  7

Muchos de los países han aplicado Índices compuestos de carácter multidimensional. En la 
República Dominicana utilizamos un Índice de Calidad de Vida, adaptado a nuestra realidad.  
El PNUD ha aplicado el Índice de Desarrollo Humano, y varios otros Índices  han sido 
propuestos a nivel internacional. 

Sin embargo, la mayoría de los organismos del sistema financiero internacional continúa 
utilizando preferentemente las mediciones unidimensionales y centradas en el ingreso 
monetario, para  medir y catalogar el desarrollo de nuestros países y para definir políticas sobre las condiciones de acceso a la cooperación  financiera Internacional. 

Queremos aprovechar la oportunidad de esta asamblea, Señor Presidente, para reclamar que 
los organismos financieros internacionales  asuman con mayor entusiasmo y comprensión, 
nuestros esfuerzos, para romper el círculo vicioso de la pobreza y la exclusión social, como 
base para el desarrollo.  
Necesitamos que asuman indicadores más enriquecidos, con mayor capacidad de captar y 
medir la compleja dinámica del desarrollo humano.  
De lo que se trata es de trabajar juntos para superar la exclusión; no para mantener de manera indefinida la pobreza y la pobreza extrema.  
Señor Presidente,  

La República Dominicana reitera su firme compromiso con la paz, la tolerancia y la convivencia  
internacionales, así como con la democracia y la libertad, como componentes básicos del 
desarrollo. Aspiramos a que el desarrollo sostenible sea el enriquecimiento de la vida cotidiana 
de las personas, de las familias y de las comunidades y países, así como la defensa de 
nuestros recursos naturales.  

La paz, la superación de las desigualdades sociales, la sostenibilidad ambiental, y el 
crecimiento sostenido de nuestras capacidades para la producción de bienes y servicios 
requeridos por nuestras poblaciones,van de la mano y están en la esencia del desarrollo. 

Muchas gracias.  

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